Esta nota fue publicada originalmente en Clarín, por Nahuel Dytkowski, el 12 de junio de 2025.
“1ª pessoa em percorrer o Caminho da Mata Atlântica”, dice la reciente placa otorgada por el Instituto Caminho da Mata Atlântica a Julieta Santamaría, la joven de 26 años de Burzaco que desde febrero de 2024 se propuse recorrer 4.000 kilómetros a pie, atravesando los estados de Río de Janeiro, São Paulo, Paraná, Santa Catarina y Río Grande do Sul, con el objetivo de visibilizar y concientizar sobre la lucha por la preservación del medio ambiente.
Hoy con una placa que la reconoce oficialmente como la primera argentina em completar el Camino de la Mata Atlántica, Julieta resume su hazaña con una mezcla de asombro, alivio y orgullo. “Estoy pisando la historia”, dijo al llegar a Cambará do Sul, el último punto del sendero, al borde del Parque Nacional de Aparados da Serra, una región donde la selva se funde con los campos sobre uno de los reservorios de agua más grandes del mundo: el Acuífero Guaraní.
El viaje arrancó formalmente em febrero de 2024, cuando se propuso recorrer a pie los más de 4.000 kilómetros de senderos que recorren la costa atlántica de Brasil desde el estado de Río de Janeiro hasta el extremo sur, em Río Grande do Sul. Pero la idea había comenzado a manifestarse poco poco, cuando sumida em una rutina que no la llenaba, abandono su carrera de Planificación Logística em la Universidad de Lanús y comenzó a planificar nuevos horizontes.
Cada paso que dio atravesó no solo montañas, playas y selvas, sino también sus propios límites físico y emocionales. Desde aquel primer tramo em Río hasta São Paulo, donde llegó a caminar 2.000 kilómetros – la mitad del camino –, el recorrido fue un viaje a la perseverancia y la resistencia. “Cuando llegué a la mitad del camino fue que caí y dije: ‘Wow, caminé 2.000 kilómetros. Hubo travesías de tres días con caminos completamente tapados que había que abrir con machete”, expressa.
Luego vino Paraná, la cuna del montanismo brasileño, donde conquisto el macizo Marumbí y fue reconocida por el Club Paranaense de Montañismo. Allí, con 2.500 kilómetros por delante, ya era admirada por los referentes locales del senderismo. La comunidad montañera la abrazó como una más.
En el trayecto vivió de todo: noches bajo la lluvia, comidas improvisadas, caminatas eternas y el contacto diario con una naturaleza imponente y a veces peligrosa. Se cruzó con tapires, monos, ciervos, pumas, perros salvajes y tantas serpientes que, según ella, “ya no los tengo miedo”.
Julieta recorrió todo el camino bajo la filosofía de Leave No Trace, o “no dejar más que huellas”. Literalmente: llevó su propia “bolsa para excretar”, no arrojo ni residuos orgánicos y bebió agua directamente de ríos y manantiales sin sufrir una sola complicación. “La pureza del agua es un testimonio del equilibrio que aún existe en estos bosques y de lo que debemos proteger”, afirma.
Y en los momentos en donde el terreno se volvió difícil, la gente apareció. Personas que le ofrecieron casa, comida, compañía. Un grupo de senderistas se solidarizó con ella y le compró colectivamente una nueva mochila cuando la anterior ya no daba más. “Siempre hubo alguien dispuesto a darme una mano”, asegura. El camino no fue solo naturaleza: también fue humanidad.
Su llegada al final del camino no fue un cierre, sino una apertura. Se convirtió en guía certificada de ecoturismo y turismo de aventura y ya está trabajando para consolidar tramos de sendere y ofrecer charlas. A su vez, entregó su bastón simbólicamente a Rodrigo, un joven de Santa Catarina que ahora camina en sentido inverno, de sur a norte. Así, el espíritu del viaje continúa.
En paralelo, Julieta está escribiendo un libro – un sueño de infancia – y proyecta en un futuro una caminata similar en Argentina, para crear conciencia sobre los ecosistemas locales. “Nadie cuida lo que no conoce”, dice, y por eso apuesta por la educación ambiental como su próxima gran misión.
Hoy descansa junto a su familia y amigos que la visitaron de sorpresa en la entrega de la placa, y mientras visita uno de los pocos museos de montañismo del mundo, repite una frase que la acompaño durante toda la caminata: “Sin fe, no se llega a ninguna parte”.
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